Aprendemos a transitar desde nuestras primeras horas de vida. Lo hacemos como pasajeros, en brazos de nuestros padres o seres queridos. Más adelante a bordo de un cochecito y damos nuestros primeros pasos de la mano de otra persona hasta que podamos hacerlo solos.
Luego llega la etapa vehicular al mando de un caminador, triciclo, bicicleta u otro. Más adelante en el tiempo, muchos llegarán a tener a su mando un rodado automotor.
Así transcurre el tránsito en nuestras vidas, y si hay un elemento fundamental para que el mismo sea saludable es el amor y la empatía.
Hablar del amor al prójimo hoy parecería estar circunscripto a ámbitos de la religión, hemos perdido como sociedad el valor afectivo y eso se manifiesta en el tránsito que vivimos todos los días. Ahora, si tomamos conciencia de nuestros actos, pensando en cuánto influyen nuestras acciones en las demás personas que transitan junto a nosotros podríamos mejorarlo considerablemente y hasta estaríamos salvando vidas.
Justamente como vimos, las normas se elaboraron para garantizar una convivencia pacífica en este sistema. Pero ello solo es posible si las cumplimos. Si no lo hacemos, estamos perjudicando a otro pero principalmente a nosotros mismos.
Debemos ser conscientes que hay órdenes, hay prioridades... Debemos dejar de lado el egoísmo.
No exigir que los demás cumplan primero. Hacerlo también nosotros en cada rol.
Porque TODOS hacemos el tránsito y TODOS debemos respetar las normas.
Tratemos entonces de tomar conciencia de estos conceptos y llevémoslos a la práctica
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